El estado de alarma y la aparición del COVID-19 ha supuesto una verdadera situación de incertidumbre.
La complejidad de esta pandemia o el hecho de desconocer cómo va a evolucionar, ha generado, inevitablemente, emociones displacenteras: impotencia, indefensión, desesperanza, inseguridad… y también miedo o angustia.

Todas estas emociones son normales, no son patológicas, son fruto del proceso de adaptación que nos ha exigido este período de nuestras vidas.

Identificar estos miedos adaptativos, es decir, miedos normales, y manejarlos adecuadamente, va a constituir la clave en la prevención de posibles dificultades o trastornos adaptativos en el futuro.

Nuestros miedos han estado en el origen de muchas de las emociones desagradables que hemos experimentado durante el confinamiento, y ahora, en la etapa post-confinamiento o «nueva normalidad», aparecerán otra vez o surgirán nuevos miedos. Esto es normal, dada la situación, será la intensidad, la frecuencia de esos miedos y cómo influyen y condicionan nuestro día a día, lo que determinará si son o no adaptativos, o constituyen un problema:

Miedo a salir de casa (el llamado “síndrome de la cabaña”).
Miedo al contagio o miedo a la interacción con otras personas.
Miedo a un posible repunte, al incremento de casos positivos o recaída sanitaria.
Miedo a lo desconocido, a la falta de información o de pautas claras.
Incremento de miedos previos (personas con tendencia a la hipocondría o a la ansiedad por la salud, o con diversas fobias específicas: fobia social, fobia a volar, etc.).
Miedos sobre cómo puede cambiar nuestra forma de relacionarnos.
Miedos sobre nuestras vacaciones, segundas residencias, imposibilidad de ir a visitar a familiares.
Miedos sobre el próximo curso escolar, cómo se hará, cómo conciliaremos.
Miedos relacionados con el trabajo (paro, ERTE, caída de ingresos, dificultades económicas, reincorporación laboral , etc.)
Miedos sobre el futuro incierto.